Si mis ojos aún pueden ver algo más que versos
es porque no me han arrancado todos los poemas
que atoran mi pecho de fuerza, libertad y sueños.
Si veo los campos cubiertos de flor,
siendo estrangulados por luz de estrella,
mis ojos ya no entenderán qué es el sol,
qué es la luz, qué es la sombra, qué es aquella
noche de la luna eterna bajo las nubes.
Si aún miro la luna cuando las noches son nuevas
es porque la veo tallada entre los negros cauces
que separan los sueños, del recuerdo y de la vida.
Si veo correr transparentes los arroyos
ahogados entre los cerros, su voz esbelta
desgarrará de entre toda mi garganta, los versos
que fluyen, se atascan, me arrastran y llevan
más allá de la tierra, de los cielos, de los mares.
Si aún escucho los arroyos cuando solo rueda
la sequedad extrema de risas que se retuercen
es porque sé que tras ellas hay poetas.
Si veo en la noche dibujada una pupila de fuego
traspasando como helada, el cuerpo que espera
y late entre la escarcha y el alba, sin consuelo,
mis pupilas se desharán en jirones de niebla
oscura, dejando frente a lo sombrío, sus luces.
Si aún siento más que el peso de una cadena
hundida en mi garganta es porque sus roces
despiertan versos de espuma y rocas.
Si veo a través de la luna un bello reflejo
de una pupila nocturna que mira por ella
entre versos dudosos creados por el viento,
mi garganta no podrá engendrar el último poema
de los labios eternos que al viento se esparcen.
Si aún la primavera porta en su nombre un verso
de estrellas, pétalos y llamas le daré mi cabeza
para que anide y con él, su canto de joven ruiseñor
para que cante a través de mi garganta de tierra
a la luna, al cristal y a las pupilas que se miran.
Si me desgarran los versos caídos en tormenta
renacen con más fuerza entre sus voces
para convertirme en poeta de la luna y de la rosa.
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