Maldigo cada ojo, cada mano, cada lengua , maldigo cada labio, cada cara y cada uno de sus dientes, maldigo sus vidas, sus muertes y su existencia, maldigo cada gota de aire que respiren, maldigo su aliento, su respiración y su latido. Maldigo todo lo que son, lo que fueron y lo que serán, los maldigo hoy como los maldije entonces, por siempre más allá de sus muertes y de su propio olvido. Los maldigo.
Deseo que sus huesos se vuelvan de negro carbón, que su piel se convierta en una ceniza que jamás se esparza, sino que se confine en el más solitario de los rincones donde todos lo olviden. Deseo que su miserable cuerpo se reduzca a humo y que su sangre se calcine con la gelidez que nos dejarán sus llamas. Deseo que sus lamentos no se escuchen, que sus gritos se extiendan invisibles como el silencio que deja tras de si su paso, que su mirada se pierda en la negra oscuridad de la ceniza, el humo y el carbón.
Mirad como se extiende el silencio sepulcral del luto de nuestros bosques, escuchad como cada árbol grita mientras muere, como cada animal agoniza hasta que sus gritos y su cuerpo ascienden en el humo, mirad como cada arroyo se convierte en un lodazal de recuerdos mutilados, como cada suelo se transforma en un bastión de la misma muerte. Escuchad el último suspiro de un bosque muriendo entre las llamas, mirad como asciende su recuerdo y su vida a través de las altas columnas de humo y clama entre las nubes por su memoria. Sentid, la melancolía de las últimas luces del cielo, que lloran y siente el dolor insoportable de un bosque que se va para no volver, para ser eternamente la ceniza que usurpa lo que deberíamos tener por corazón. Sentid los lamentos de los árboles arrastrados por el viento, escuchad su llanto, y llorad. Llorad, porque cada bosque que muere no es más que el anuncio de nuestra propia muerte, cada árbol calcinado no es más que una puñalada en nuestro pecho, una puñalada que jamás cicatrizará. Escuchemos como desaparece nuestra vida a través de nuestra tierra calcinada, prolonguemos por siempre el lamento de aquello que nos está siendo arrebatado, reguemos de lágrimas la tierra y mantengamos en la memoria los millones de muertos en las llamas y maldigamos, maldigamos a sus secuaces. Que jamás obtengan nuestro perdón, ni nuestro olvido, ni nuestra piedad y compasión, los que destruyen nuestros bosques, arrebatan nuestras vidas y aniquilan el futuro no pueden ni deben despertar en nosotros algo distinto al más profundo de los odios.
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