El caminante

Iba, sin nombre, por un camino, sin destino, iba, con paso firme y decidido con todas las causas justas como impulso. Llamas, sombras, luz y acero intentaron usurpar sus pasos y arrebatarle su corazón, más vivo que cualquier otro y con suficiente pasión como para convertir el vacío en un todo. Ninguna fuerza pudo apagar su fuego, ninguna tempestad pudo ahogar su aliento, ninguna sombra pudo ni podrá nunca oscurecer su luz. El camino mismo se retorcía y se regocijaba ante los pasos ligeros como la luz de las estrellas y firmes como las raíces de las montañas. Allá por donde pasaba, lo marchito florecía en vergel, lo seco se erguía en arroyo cristalino y lo silencioso se tornaba en canción. Su voz de trueno y de jilguero a la vez, resucitaba a la primavera sobre el gélido invierno y sobre el llameante verano. El grito del viento emanaba de su misma garganta y de todas las gargantas que alcanzaban a oírlo y a asimilar como suya, la canción que respiraba. El camino seguía y sigue hasta el horizonte mismo, y su voz y su fuerza reside en las conciencias nuevas y viejas que nazcan de su recuerdo.

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