Llegaste una mañana
de ya no recuerdo cuando
con todas tus sogas y palabras
y desde entonces, me persigues.
Primero fueron tus cartas
a las que yo vestí de primavera:
"Te quiero como las gaviotas
quieren a los vertederos,
como las rosas,
a los cementerios.
Te quiero como los ríos
quieren a los pantanos
y las moscas,
a la mierda de los caballos."
Y cada noche llegabas
y cuando yo quería dormir,
tus cartas me susurraban
y me hablabas de las cosas por hacer:
"Te quiero como la jaula
a los jilgueros
y el viento
a los castillos.
Te quiero como las cadenas
quieren a los esclavos,
como el hambre de las manos
al pan que nace del trigo."
Las ojeras que me hiciste,
las pesadillas que tejiste...
¡para meterme en esta mortaja!
Los insomnios que me diste
y todo lo que destruiste
¡Para atrapar hasta mi palabra!
Me hicieron, por fin, ver
como morían las mariposas
y el vuelo de las aves;
¿Y yo? ¡Yo también moría!
sin corazón ni tinta
entre mis manos.
Y aunque sé que no puedo escapar,
romperé los números de cristal,
colgaré mi piel blanca
y hasta la medida perfecta
quebraré contra las piedras,
porque quiero dejar de sobrevivir
y llenarme de tinta
y caminar sin prisas
por esta necrópolis que es la vida.
Y volveré, volveré a ser
las formas del viento,
del fuego y de la luna;
las trincheras del pueblo,
del fusil y la palabra.
Y volveré, volveré a ser,
aunque tenga que escribirte
que ¡te odio!
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